jueves, 13 de marzo de 2008

INTRODUCCIÓN AL CONTACTO GALÁKTIKO II.


El legado de Aristarco es éste: ni nosotros ni nuestros planetas disfrutamos de una posición privilegiada en la naturaleza. Desde entonces esta intuición se ha aplicado hacia lo alto, hacia las estrellas y hacia nuestro entorno, hacia muchos subconjuntos de la familia humana, con gran éxito y una oposición invariable. Ha causado grandes avances en astronomía, física, biología, antropología, economía y política. Me pregunto si su extrapolación social es una razón principal que explica los intentos para suprimirla.
Descubrimos que vivimos en un planeta insignificante de una estrella ordinaria perdida entre dos brazos espirales en las afueras de una galaxia que es un miembro de un cúmulo poco poblado de galaxias arrinconado en algún punto perdido de un universo [en continua y rápida expansión] en el cual hay muchas más galaxias que personas. Esta perspectiva es una valerosa continuación de nuestra tendencia a construir y poner a prueba modelos mentales de los cielos; el Sol en forma de piedra al rojo vivo, las estrellas como llamas celestiales y la galaxia como el espinazo de la noche.
Desde Aristarco, cada paso en nuestra investigación nos ha ido alejando del escenario central del drama cósmico... Hay quien deplora secretamente estos grandes descubrimientos, porque considera que cada paso ha sido una degradación, porque en lo más íntimo de su corazón anhela todavía un universo cuyo centro, foco y fulcro sea la Tierra. Pero para poder tratar con el Cosmos primero tenemos que entenderlo, aunque nuestras esperanzas de disfrutar de un status preferencial conseguido de balde se vean contravenidas en el mismo proceso. Una condición previa esencial para mejorar nuestra vecindad es comprender dónde vivimos. También ayuda saber el aspecto que presentan otros barrios. Si deseamos que nuestro planeta sea importante hay algo que podemos hacer para contribuir a ello. Hacemos importante a nuestro mundo gracias al valor de nuestras preguntas y a la profundidad de nuestras respuestas.
Explorar es algo propio de nuestra naturaleza. Empezamos como un pueblo errante, y todavía lo somos. Estuvimos demasiado tiempo en la orilla del océano cósmico. Ahora estamos a punto de zarpar hacia las estrellas.

En la gran oscuridad cósmica hay incontables estrellas y planetas más jóvenes y más viejos que nuestro sistema solar. Aunque, por ahora, no podamos estar seguros de ello, los mismos procesos que provocaron la evolución de la vida y de la inteligencia en la Tierra tendrían que estar actuando en todo el Cosmos. Es posible que, sólo en la galaxia Vía Láctea, haya un millón de mundos habitados por seres muy diferentes de nosotros y mucho más avanzados. Saber muchas cosas no es lo mismo que ser inteligente; la inteligencia no es solamente información, sino también juicio, la manera de coordinar y hacer uso de la información. A pesar de todo, la cantidad de información a la que tenemos acceso es un índice de nuestra inteligencia. La medida, la unidad de información, es algo llamado BIT (digito binario). Es una respuesta –sí o no– a una pregunta no ambigua. Para determinar si una lámpara está encendida o apagada se necesita un único BIT de información. Para designar una de las veintiséis letras del alfabeto latino se necesitan cinco bits (25= 2x2x2x2x2= 32, que es más que 26). El contenido de información verbal de este libro es algo inferior a diez millones de bits, 107. El número total de bits que caracteriza un programa de televisión de una hora de duración es de unos 1012. La información en forma de palabras e imágenes de los diferentes libros de todas las bibliotecas de la Tierra es de unos 1016 ó 1017 bits[1]. No hay duda de que mucha de esta información es redundante. Una cifra así calibra de modo basto lo que los hombres saben. Pero en otros lugares, en otros mundos, donde la vida ha evolucionado miles de millones de años antes que en la Tierra, quizás sepan 1020 bits o 1030, y no más información, sino una información significativamente distinta.

Pueden haber muchas motivaciones para ir a las estrellas. Si nuestro Sol o una estrellas próxima estuviera a punto de convertirse en supernova, un programa importante de vuelos espaciales interestelares podría convertirse de repente en algo atractivo. Si estuviéramos muy avanzados y se descubriera que le núcleo galáctico iba a estallar de modo inminente, podría generarse incluso un interés serio por el vuelo espacial transgaláctico o intergaláctico. Estos fenómenos cósmicos violentos ocurren con la suficiente frecuencia para que no sean raras las civilizaciones nómadas viajeras del espacio. Incluso así, su llegada a nosotros continúa siendo improbable.

¿Cómo explicaríamos la carrera global de armas (nucleares) a un observador extraterrestre desapasionado? ¿Cómo justificaríamos los desarrollos desestabilizadores más recientes de los satélites matadores, las armas con rayos de partículas, lásers, bombas de neutrones, misiles de crucero y la propuesta de convertir áreas equivalentes a pequeños países en zonas donde esconder misiles balísticos intercontinentales entre centenares de señuelos? ¿Afirmaremos que diez mil cabezas nucleares con sus correspondientes objetivos pueden aumentar nuestras perspectivas de supervivencia? ¿Qué informe presentaríamos sobre nuestra administración del planeta Tierra? Hemos oído las racionalizaciones que aducen las superpotencias nucleares. Sabemos quien habla en nombre de las naciones. Pero, ¿quién habla en nombre de la especie humana? ¿Quién habla en nombre de la Tierra?

Si las civilizaciones tienden a destruirse poco después de alcanzar la fase tecnológica, quizás no haya nadie con quien podamos hablar aparte de nosotros mismos, y esto no lo hacemos de modo muy brillante. Las civilizaciones tardarían en nacer miles de millones de años de tortuosa evolución, y luego se volatilizarían en un instante imperdonable de negligencia... [Entonces] en cualquier momento dado sólo habría una reducida cantidad, un puñado, una miseria de civilizaciones técnicas en la Galaxia, y su número se mantendría continuamente [bajo] a medida que las sociedades emergentes sustituirían a las que acaban de autoinmolarse.
Pero consideremos la alternativa, la perspectiva de que por lo menos algunas civilizaciones aprendan a vivir con una alta tecnología [capaz de la autodestrucción total]; que las contradicciones planteadas por los caprichos de la pasada evolución cerebral se resuelvan de modo consciente y no conduzcan a la autodestrucción; o que, aunque se produzcan perturbaciones importantes, queden invertidas en los miles de millones de años siguientes de evolución biológica. Estas sociedades podrían vivir hasta alcanzar una próspera vejez, con unas vidas que se medirían quizás en escalas temporales evolutivas de tipo geológico o estelar. Si el uno por ciento de las civilizaciones pueden sobrevivir a su adolescencia tecnológica, escoger la ramificación adecuada en este punto histórico crítico y conseguir la madurez, entonces..., el número de civilizaciones existentes en la Galaxia es de millones. Por lo tanto, si bien nos preocupa la posible falta de confianza en la estimación de los primeros factores de la ecuación de Drake, que dependen de las astronomía, la química orgánica y la biología evolutiva, la principal incertidumbre afecta a la economía, la política y lo que en la Tierra denominamos “naturaleza humana”. Parece bastante claro que si la autodestrucción no es el destino predominante de las civilizaciones galácticas, el cielo está vibrando suavemente con mensajes de las estrellas.
Los encuentros benevolentes no han sido lo normal en la historia humana, cuando los contactos transculturales han sido directos y físicos, cosa muy diferente de la recepción de una señal de radio, un contacto tan suave como un beso.
Si algún día entramos en contacto con una civilización extraterrestre más avanzada, ¿será el encuentro esencialmente pacífico, aunque poco intenso, o será otro prototipo más terrible, en el cual la sociedad algo más avanzada destruye a la sociedad técnicamente más atrasada?

No esperamos encontrar una civilización técnica avanzada en ningún otro planeta de nuestro sistema solar. Si estuviera atrasada sólo un poco con relación a nosotros –por ejemplo 10.000 años– no dispondría de ningún tipo de tecnología avanzada, si estuviera un poco más avanzada que nosotros –que estamos explorando ya el sistema solar– sus representantes deberían estar ya entre nosotros.

Somos, necesariamente, la sociedad técnica más atrasada de la Galaxia. Una sociedad más atrasada ya no dispondría de radioastronomía. Si la triste experiencia del conflicto cultural en la Tierra fuera la norma en la Galaxia, parece que nos tendrían que haber destruido ya, quizás después de expresar una cierta admiración por Shakespeare, Bach y Vermeer. Pero no ha sido así. Quizás las intenciones de los extraterrestres son de una benignidad a toda prueba, más afín a La Pérouse que a Cortés. ¿O quizás, a pesar de todas las pretensiones sobre ovnis y antiguos astronautas, nuestra civilización no ha sido descubierta todavía?
Por una parte hemos afirmado que si hay una fracción, incluso pequeña, de civilizaciones técnicas que aprenden a vivir consigo mismo y con sus armas de destrucción masiva, tendría que haber actualmente un número enorme de civilizaciones avanzadas en la Galaxia. Tenemos ya vuelos interestelares lentos, y pensamos que el vuelo interestelar rápido es un objetivo posible de la especie humana. Por otra parte afirmamos que no hay pruebas creíbles sobre visitas a la Tierra, ahora o antes. ¿No es esto una contradicción? Si la civilización más cercana está, digamos, a unos 200 años luz de distancia, se necesitan sólo 200 años para ir hasta allí a una velocidad cercana a la de la luz. Incluso a un uno por ciento de la velocidad de la luz, los seres procedentes de civilizaciones cercanas podrían haber llegado durante la tenencia de la Tierra por la Humanidad. ¿Por qué no están aquí? Hay muchas respuestas posibles. Quizás somos los primeros, aunque esto está en contradicción con la herencia de Aristarco y Copérnico. Alguna civilización técnica tiene que ser la primera en emerger en la historia de la Galaxia. Quizás estamos equivocados al creer que hay por lo menos alguna civilización que evita la autodestrucción. Quizás haya algún problema imprevisto que se opone al vuelo espacial; aunque a velocidades muy inferiores a las de la luz parece difícil entender en qué consistiría un impedimento de este tipo. O quizás estén ya aquí, pero ocultos por respeto a alguna Lex Galáctica, a alguna ética de no interferencia con civilizaciones emergentes. Podemos imaginárnoslos curiosos y desapasionados, observándonos, como nosotros observaríamos un cultivo bacteriano en un plato de agar, preguntándose si también en éste año conseguiremos evitar la autodestrucción.

Ninguna civilización puede probablemente sobrevivir a una fase de viajes espaciales si no limita antes su número. Cualquier sociedad con una notable explosión de población se vera obligada a dedicar todas sus energías y su habilidad técnica a alimentar y cuidar de la población de su planeta de origen. Esta conclusión es muy potente y no se basa en absoluto en la idiosincrasia de una civilización concreta. En cualquier planeta, sea cual fuere su biología o su sistema social, un aumento exponencial de población se tragará todos los recursos. En cambio, toda civilización que se dedique a una exploración y colonización interestelar seria tiene que haber practicado durante muchas generaciones un crecimiento cero de población o algo muy próximo a él. Pero una civilización con un ritmo lento en el crecimiento de su población, necesitará largo tiempo para colonizar muchos mundos, aunque después de encontrar algún fértil Edén se levanten las restricciones que impiden un crecimiento rápido de la población.
Mi colega William Newman y yo hemos calculado que si hubiese emergido hace un millón de años una civilización de viajeros espaciales con un ritmo de crecimiento lento de la población a doscientos años luz de distancia y se hubiese extendido hacia el exterior colonizando en su camino los mundos adecuados, hasta ahora no estarían entrando sus naves estelares de exploración en nuestro sistema solar. Si la civilización más próxima es más joven de lo indicado, todavía no nos habrían alcanzado. Una esfera de doscientos años luz de radio contiene 200.000 soles y quizás un número comparable de mundos de posible colonización. Nuestro sistema solar sería descubierto accidentalmente, si el proceso sigue un desarrollo normal, después de haberse colonizado 200.000 más, y entonces se comprobaría que contiene una civilización indígena.
¿Qué significa que una civilización tenga un millón de años de edad? Tenemos radiotelescopios y naves espaciales desde hace unas cuantas décadas; nuestra civilización técnica tiene unos cuantos centenares de años de edad, las ideas científicas de tipo moderno unos cuantos milenios, los seres humanos evolucionaron en este planeta hace sólo unos millones de años. Si una civilización sigue un ritmo semejante en cierto modo a nuestro actual progreso técnico, una edad de millones de años significa estar mucho más avanzados de nosotros que nosotros de un bebe bosquimano o de un macaco. ¿Podríamos captar siquiera si presencia? ¿Estaría interesada en la colonización o en el vuelo interestelar una sociedad que nos llevara un millón de años de adelanto? La gente tiene su vida limitada en el tiempo por algún motivo. Un progreso enorme en la ciencias biológicas y medicas permitiría descubrir este motivo y aplicar los remedios correspondientes. ¿Es posible que la razón de nuestro interés por el vuelo espacial sea que nos permite, en cierto modo, perpetuarnos más allá de nuestras vidas limitadas? ¿Podría una civilización compuestas por seres fundamentalmente inmortales considerar la exploración interestelar como algo, en el fondo, propio de niños? Quizás todavía no nos han visitado, porque las estrellas están esparcidas de modo tan abundante en las profundidades del espacio que una civilización próxima, antes de llegar, ya ha alterado sus motivaciones exploradoras o ha evolucionado dando formas que no podemos detectar.


[1] Por lo tanto, todos los libros del mundo no contienen más información que la emitida en video en una sola ciudad americana importante en un solo año. Pero no todos los bits tienen igual valor.

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